Para meditar (3)

De los beneficios del “creer”.



Considera los dones corporales que se te han dado. ¡Qué cuerpo! ¡Qué comodidades para mantenerle! ¡Qué salud! ¡Cuántos consuelos lícitos! ¡Qué amigos! ¡Que asistencias! Pero considéralo en contraposición de tantos, que, siendo mucho mejores que tú, carecen de estos beneficios; unos son imperfectos de cuerpo, faltos de salud ó de algún miembro; otros se hallan expuestos á toda suerte de oprobios, desprecios y deshonras; otros consumidos de pobreza: y no se ha querido que padezcas tú tantas miserias.


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Considera los dones del espíritu. ¡Cuántos fatuos, furiosos é insensatos hay en el mundo! Pues ¿Por qué no eres tú uno de ellos?... porque  se te ha hecho ese favor. ¿Cuántos se han criado rústicamente y en una total ignorancia? Y sin embargo, se ha dispuesto que te hayan criado á ti civil y honradamente.
Considera las gracias espirituales que se te han sido enseñadas desde tu más tierna infancia. ¿Cuántas veces se te han dado sus beneficios? ¿Cuántas sus inspiraciones, luces interiores y reprensiones para tu enmienda? ¿Cuántas se te han perdonado tus faltas? ¿Cuántas se te ha librado de las ocasiones de perderte, á que te hallabas expuesto? Y ¿qué eran los años pasados, sino lugar y comodidad que se te daba para adelantar en el bien de tu espíritu? Examina por menor cuán dulce y propicio se ha sido contigo.

¡Oh cuán bueno se ha sido para conmigo! ¡Oh cuán buenos son mis benefactores! Vuestros corazones son ricos en humanidad, y liberales en benignidad. Alegremos nos, espíritu mío, por las misericordias que se nos han hecho.
Mas ¿quién soy yo para que se hayan acordado de mí? ¡Oh cuán grande es mi indignidad! ¡ay de mí, he pisado vuestros beneficios, he desenhornado vuestras gracias, usando en ellas con descuido y menosprecio de vuestra soberana bondad: he contrapuesto el abismo de mi ingratitud al abismo de vuestras gracias y favores.
Ea, pues, espíritu, corazón mío, no quieras de hoy ser más infiel, ingrato y desleal á tan grandes bienhechores. ¿Cómo era posible que mi espíritu no quedase desde hoy sujeta a mis hacedores, que han obrado tantas maravillas y gracias en mí y por mí?
Aparto, pues, mi cuerpo de tales y tales placeres; sujéteme al servicio de mi fe, que tanto ha hecho por él; aplico mi alma a conocer más y más a mi credo por medio de tales y tales ejercicios que para esto se requieren; empleo cuidadosamente los medios que tengo en mis creencias para salvarme y para amar á mis creadores. Oraré, frecuentaré, oiré la “palabra”… los ritos, y pondré en práctica las inspiraciones y consejos.
 
Doy gracias por el conocimiento que ahora se me ha dado de lo que les debo, y de todos los beneficios hasta aquí recibidos. Ofrezco mi corazón con todas las resoluciones que he hecho. Pido se me den fuerzas para practicarlas fielmente. 

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