El Nanbudo en Huesca (4). Los inicios.


平成2347
ウエスカの南部(四番目): 初期(しょき














1980 (II)
Pasado un tiempo, hablé con uno de propietarios del taller de carpintería metálica de la c/ Romero 6, acerca del sótano y de las reticencias del Sr. Rufino a alquilármelo. Entonces apareció su socio (el hijo del Sr. Rufino) y estuvimos hablando de ello, le explique el para que y que íbamos a hacer en el local. Él más abierto y conocedor un poco de lo practicábamos, pues solía ver los filmes de “luchas orientales” dijo que hablaría con su padre de todo esto y trataría de convencerle, aunque no solía entrar en las “cosas” de su padre nunca.

Sótano vacío, pero ya limpio, donde instalamos el primer Dojo de Karate como tal (c/ Romero, 6 Huesca).
Al cabo de unos días, estando en el club Correas, vino a verme el Sr. Rufino y accedió a alquilarme el sótano si me responsabilizaba yo del local y de los pagos. Antes de decirme el precio, bajamos al susodicho sótano, y cuando consiguió abrir una puerta medio atrancada… en medio de la oscuridad un fuerte olor a humedad y podrido casi me obliga a retirarme. Pasando por encima de ladrillos y tablones, siguiendo las indicaciones del Sr. Rufino di con un ventanuco y conseguí abrirlo para que entrase un poco de luz. Lo que vi entonces fue algo desolador: ladrillos, tablas, caballetes rotos, escombro por todas partes, charcos de agua, chatarra, sacos de yeso y cementos rotos, latas y un sin fin de cosas al libre albedrío. Paredes y techos sin lavar y saturados de humedad. Lo único que estaba un poco limpio era un pequeño cuarto de aseo entrando a la izquierda, de un metro treinta por un metro cuarenta, donde había un lavabo y una taza de water, que decía él usaba cuando estaba por aquí. —“Todo el edificio me lo hice yo, yo sólo, sólo me echaban una mano tres o cuatro peones que venían del psiquiátrico…”— me comentaba mientras yo miraba el local desolado —“…todo esto es lo que sobró de cuando acabé la obra…”
Me tasó el alquiler en 8000 Ptas. y tal como estaba todo aquello me pareció excesivo, el local tenía aproximadamente unos 4 ó 5 metros de ancho y unos 12 de largo, no creo que llegaran a los 60 m2, y entonces, en Huesca y por lo que había mirado, por esa superficie venían pidiendo sobre las 30 a 40000 Ptas. Pero aún así, aquello que me pedía era excesivo. Además no lo veía yo muy allá como para poder entrenar. Le expuse la impresión que tenía de lo que estaba viendo, le dije que había más faena para sacar todos los trastes al corral contiguo al sótano (el edificio estaba en un desnivel propio de la zona de la “Catedral”, en Huesca) que para adecentarlo y que no podía pagarle más de 5000 Ptas. Y ahí quedó la cosa.
Al día siguiente el Sr. Rufino volvió a localizarme para decirme que me lo “dejaba” en 6000 Ptas., a condición de que sacáramos y dejáramos bien ordenados en el corral los materiales que había en el local. Yo le dije que bien pero tenía que dejarme una toma de luz de la carpintería o de la vivienda y el agua todo incluido en el alquiler, el hombre cabeceó y permaneció dubitativo unos instantes pero al fin accedió, pero debería yo instalar un contador eléctrico para el caso de que si el consumo llegase a ser  excesivo, me lo cobraría aparte la diferencia. Ahora me quedaba sólo mostrar el local a los demás.
Acto seguido localicé a Mario Cristóbal, Ismael Bueno, Enrique Pallás, Montaner, Eduardo González; nos reunimos, visitamos el local, y comenzamos de debatir. He de decir que yo conforme pasaba el tiempo más me “calentaba” hacia el adquirir el local. Mario me apoyó pero pidió compromiso pues había trabajo por realizar y el resto accedió si se pagaba a “escote” entre los que estábamos y conforme llegará más gente se reduciría la aportación de cada uno.
Tifa en la entrada al local
En una semana, ya habíamos limpiado el local, colocado luz y empezamos a entrenar. Mario siguió a cargo de las clases, que inicialmente se dividían en dos partes: una primera parte laboral a modo de calentamiento: levantar muro al fondo a la derecha para independizar un vestuario, lavamiento con mortero de paredes, de techo con yeso, pintar, etc.; y una segunda parte ya un poco más marcial con trabajo de Karate Shukokai.
El primer obstáculo a salvar todos los días era una perra mastín del pirineo llamada Tifa. Campaba a sus aires por la escalera del edificio, puerta y corral, aunque era muy dócil no era menos curiosa y cuando llegaba alguien nuevo “trotaba” hacia éste para olfatearle, y claro daba miedo al principio pues imponía su estampa.
Poco a poco fue sumándose gente como Carlos Jiménez, ocasionalmente había épocas que entrenaba con nosotros un “trotamundos” del Karate, Félix Herrera y también su hermano Manolo. Eduardo González se mantuvo una temporada y luego lo dejó. Como dije empezamos cinco pero de media este año rondábamos entre 7 y 10 personas. Se quedó en fijar la cuota en 1000 Ptas. pues había que comprar materiales para adecentar el local. Encargamos una barra de hierro que colocamos de punta a punta de la pared principal para estiramientos, un saco de golpeo, Mario trajo unos makiwara del cuartel, instalamos un plato de ducha en el diminuto cuarto de aseo… y así poco a poco fuimos adecentando nuestro Dojo. Lo más curioso era nuestra calentador de agua: unas series de técnicas de mano y piernas al saco correr hacia la ducha, ¡kiai! Para entrar en el agua fría, mojarte y salir para que pasara el siguiente… Los días de invierno de mucho frío se suspendía la tradicional y obligatoria ducha porque se helaba la tubería y no salía el agua.

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