Para meditar (5)
Imagina que estás enfermo, á los últimos, con la agonía
de la muerte, sin esperanza alguna de vida.
Considera cuan incierto es el día de tu muerte. Algún
día saldrás de este cuerpo, alma mía; pero, ¿cuándo?¿será en invierno ó en
verano?¿en la ciudad ó en la aldea?¿de día o de noche?¿será de repente ó dando
tiempo?¿de enfermedad ó de accidente?¿tendrás tiempo para confesarte ó no?¿te
asistirá tu confesor, padre o guía espiritual?¡Ay! que nada de esto sabemos;
solo es cierto que hemos de morir, y que será más pronto de lo que pensamos.
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Considera entonces, por lo que á ti toca, se acabará
el mundo, pues para ti ya no le habrá más: se trastornará de arriba abajo
delante de tus ojos, porque entonces los placeres, las vanidades, las alegrías
mundanas y las aficiones vanas nos parecerán fantasmas y nublados. ¡Ah
desventurado!¡por qué bagatelas y quimeras he ofendido a mi Dios! Verás
entonces que le has dejado por nada. Más, por el contrario, la devoción y las
buenas obras te parecerán entonces apetecibles y dulces. ¿Por qué no he seguido
yo este camino tan hermoso y agradable? Entonces las faltas que parecían pequeñísimas,
parecerán tan grandes como los montes, y tu devoción parecerá pequeña.
Considera las tristes y dolorosas expresiones con que
se despedirá tu alma de este mundo engañador. Despediráse de las riquezas, de
las vanidades y vanas compañías, de los placeres, de los pasatiempos, de los
amigos y vecinos, de los padres, de los hijos, del marido, de la mujer, en una
palabra, de todas las criaturas, y finalmente de su mismo cuerpo, que dejará pálido,
demudado, deshecho, horroroso y pestilente.
Considera la prisa que se darán para echar de allí tu
cuerpo y sepultarle en la tierra: y que hecho esto, el mundo no volverá a
pensar en ti, ni se acordará de ti, así como tú no has pensado en los otros. Dios
le tenga en descanso, dirán, y a esto se reducirá todo. ¡Oh muerte!¡qué poco se
piensa en ti, y qué rigurosa eres!
Considera que al salir el alma del cuerpo toma su
camino á la derecha ó á la izquierda. ¡Ay!¿á dónde irá la tuya?¿qué camino
seguirá? El mismo que haya empezado en este mundo.
Ruega. Recibidme bajo vuestro amparo en aquel día
espantoso. Haced que sea para mí feliz y favorable aquella hora, y mas que sean
tristes y de aflicción todas las demás de mi vida.
Desprecia al mundo. Ya que no sé la hora en que te
tengo que dejar, ó mundo, no quiero tenerte apego. Amigos queridos, amados
deudos, tened á bien que os estime sólo con una amistad santa que pueda durar
eternamente: ¿para qué he de hacer con vosotros enlaces que por fuerza he de
abandonar y romper?
Quiero prepararme para esta hora, y tomar las medidas
necesarias para dar este paso felizmente; quiero asegurar con todas las
diligencias posibles el estado de mi conciencia, y quiero remediar tales y
tales defectos.
Conclusión. Doy gracias de las resoluciones que me
han dado: ofrézcolas: suplícole otra vez que me dé una buena muerte: imploro a
la asistencia de todas mis creencias.
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