Para meditar (6)
Del juicio.
Pasado el tiempo que la Eternidad tiene señalado para
la duración de este mundo, y después de muchas señales y presagios horribles,
que harán á los hombres secarse de espanto y de temor, el fuego que vendrá como
un diluvio abrasará y reducirá á cenizas toda la faz de la tierra, sin perdonar
cosa alguna de cuantas miramos en ella.
Después de este diluvio de llamas y rayos,
resucitarán todos los hombres de la tierra (á excepción de los que hayan
resucitado ya), y a la voz del Bienaventurado comparecerán todos en el valle Elegido,
pero ¡con cuanta diferencia! Unos estarán allí con sus cuerpos gloriosos y
resplandecientes, y otros con cuerpos feos y espantosos.
Considera la majestad con que aparecerá el soberano
Juez rodeado de todos los Querubines y Venerables, llevando delante de sí su
cruz más resplandeciente que el sol, como estandarte de gracia para los buenos,
y de rigor para los malos.
En fuerza del decreto de este soberano Juez, que
ejecutará al instante, serán separados los buenos de los malos, poniendo a unos
a su derecha, y a los otros a su izquierda: separación eterna, después de la
cual jamás podrán volverse á juntar estas dos alas.
Hecha esta separación se abrirán los libros de las
conciencias, y se verá claramente la malicia de los malos, y el desprecio que
hicieron del Creador; y por otra parte la penitencia de los buenos, y los
efectos de la divina gracia que recibieron. Nada quedará oculto. ¡Oh Dios! ¡qué
confusión para los unos, y que consuelo para los otros!
Considera la sentencia final de los malos: Id malditos, al fuego eterno que está
preparado para el demonio y sus compañeros. Pondera bien estas palabras de
tanto peso. Id, les dice: palabra que denota el abandono perpetuo del Creador
con que arroja para siempre de su vista á estos infelices. Los llama malditos:
¡Oh alma mía, qué maldición! Maldición general que comprende á todos los males;
maldición irrevocable que extiende á todos los tiempos y á la eternidad. ¡Al
fuego eterno! Añade: mira, corazón mío, esta grande eternidad: ¡oh eterna
eternidad de penas! ¡cuán digna eres de ser temida!
Considera, por el contrario, la sentencia de los
buenos. Venid, dice el Juez (esta es
la palabra agradable y de salud con que el Creador nos trae á si, y nos recibe
en el seno de su bondad), benditos de mi
Padre (¡oh amable bendición que comprende todas las bendiciones!): poseed el reino que os está preparado desde
la constitución del mundo. ¡Oh Dios! ¡qué gracia tan grande! Porque jamás
ha de tener fin este reino.
Tiembla, alma mía, con esta memoria. ¡Oh Dios! ¿quién
podrá darme seguridad en aquel día en que las columnas del cielo temblarán de
espanto?
Detesta tus pecados, pues solo ellos pueden perderte
en ese día horroroso. Yo quiero juzgarme á mi mismo ahora, para no ser juzgado;
quiero examinar mi conciencia, condenarme, acusarme y corregirme yo, para que
el Juez no me condene en aquel día terrible. Me confesaré, y aceptaré los
oportunos consejos que me dieren, etc.
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