El secreto de la vía de la espada.


 Un joven muchacho fue un día a encontrar un gran maestro de kendo para llegar a ser su alumno. Pero conforme recorría el camino y pasaba los poblados los maestros a quienes se presentaba le rechazaban, porque o bien ya tenían cubierto el cupo de alumnos, o no podía hacer frente al pago por la enseñanza.
Llegado el momento, desilusionado decidió emprender el camino de regreso a casa. Antes de ocultarse el sol encontró a un anciano ciego sentado sobre un tronco a la orilla del camino y decidió descansar un momento antes de buscar un cobijo donde pasar la noche.
Tras saludar al anciano, este le preguntó de donde procedía pues su acento le delataba. El muchacho le dijo que era del sur de la isla y hacia allí volvía. ¿Cómo es que has llegado tan lejos de tu hogar? Preguntó el anciano.
—Vine buscando un maestro que me enseñara el secreto de la vía de la espada…
¡El secreto de la vía de la espada! Hummm..., ¿y no lo hallaste? 
No —contestó el muchacho decepcionado— unas veces no podía pagar por sus enseñanzas al maestro… otras alegaban que ya tenían cubierto el número de alumnos a quienes podían dedicar sus enseñanzas… también encontré rechazo por ser forastero…
El anciano se apiadó de aquel muchacho y viendo que ya la tarde estaba muy avanzada le ofreció cobijo para aquella noche. — ¡El secreto de la espada…! —murmuró el anciano mientras se dirigían a su casa— ¿Qué esperas tú de la espada?
—Conocer su manejo, su dominio… deseo recorrer su senda, aprender sus secretos y convertirme en un maestro de la esgrima… pero parece que ella me da la espalda.
Cenaron en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos. Al acabar el anciano exclamó: ¡Tú buscas la luz de la espada y no la hallas… a mí, poseedor de sus secretos más íntimos… me privó de la visión!  El anciano se levantó y tras indicarle el lugar donde podría pasar la anoche se retiró a descansar.
El joven no pudo dormir en toda la noche pensando en aquella exclamación. ¿Acaso aquel anciano fue un gran samurai? Y de ser así, ¿podría enseñarle el camino de la espada? Pero era un ciego ¿cómo un ciego por mejor espadachín que pudiera haber sido podría enseñarle ahora? Estas y muchas más cuestiones rondaban por la cabeza del muchacho.
A la mañana siguiente, impaciente le preguntó si había sido un guerrero diestro en el uso de la espada. —No… yo no fui un guerrero, ¿Por qué tú pregunta? —repuso al instante.
—Anoche me dijo que la espada le quitó la luz. Pensé que perdió la vista en una batalla, en un combate.
—Así fue, la espada me privó de la luz… me cegó —se sentó sobre el escalón de su porche— pero yo no fui un guerrero como supones.
—Pero… dijo conocer los secretos íntimos de la espada.
—Y así es, los conozco… ¿supones que es necesario ser un experto esgrimista para conocer sus secretos? ¿Que es más importante para ti, encontrar a un gran maestro o encontrar la vía del sable?
— ¿Cómo encontrar una cosa sin la otra?
—Sólo buscando esa a través de la otra… Has de estar convencido de lo que buscas y querer alcanzarlo y no te dejes perder por los medios que necesariamente debes recorrer para lograr tu meta…
—Usted podría… ¿podría enseñarme esos secretos?
—Podría…
—Yo era un renombrado artesano, era capaz de convertir un bloque burdo de hierro en el sable más sobresaliente y apreciado por los samurai. Mi nombre era referencia en ese mundo, aun hoy sigue llegando gente para solicitarme les construya uno… pero cada katana en su proceso de elaboración se llevaba una parte de mi vista, hasta que la perdí totalmente. Este es mi trato: tú me ayudarás en la construcción de ciertos pedidos sables, compromisos que no puede atender tras quedar ciego…
—Pero no tengo conocimiento alguno acerca de ese oficio…
—Serás mis ojos, mis manos… es una buena oferta créeme. Aprendes un noble oficio, todo lo referente a la espada y la manutención mientras estés conmigo…
El muchacho aceptó pues la oferta en sí era buena. Al menos conseguía un trabajo y siempre podría tener ocasión entretanto de encontrar un maestro del sable.
—De acuerdo —dijo el anciano— comenzaremos ahora mismo, a partir de hoy irás cada día a cortar madera al bosque por la mañana y a sacar agua del río por las tardes… y ayudarme en las tareas de la fragua.
El joven estuvo tres años desempeñando aquellas faenas, al final de los cuales protestó al ciego pues todavía no había tenido oportunidad de acceder al dojo existente tras la casa del anciano: —Yo vine aquí para aprender los secretos de la espada… de la esgrima y aún no me permitido acceder a su dojo…
—De acuerdo —respondió el ciego— hoy tu vas a entrar en él… ¡sígueme! —una vez dentro, continuó— ahora da una vuelta a la sala, andando delicadamente sobre el borde del tatami de paja de arroz, y no sobresalgas lo más mínimo…
El joven se aplicó a este ejercicio pero pasados unos días ya estaba de nuevo cansado de dar vueltas al tatami, de cortar troncos, acarrear agua… Iba a protestarle de nuevo, cuando apareció un samurai de mediana edad que postrándose rodilla en tierra ante el ciego le hablaba con exquisito respeto. El samurai permaneció una semana con ellos, y durante ese tiempo el anciano no permitió al joven acceder al dojo cuando se encerraba en él con el samurai. El joven entonces pensó que estaba ante un prestigioso maestro de la esgrima y decidió tener más paciencia. Así permaneció un año más dando vueltas al tatami y realizando las faenas encomendadas.
Un día, encolerizado con el ciego le dijo: —me voy, no he aprendido nada desde que vine aquí.
—Hoy —respondió el anciano— te daré mi última enseñanza. ¡Ven conmigo!
Ambos se dirigieron a una montaña próxima, ascendieron por su ladera hasta llegar a un profundo precipicio, cuyo único modo de atravesarlo era un simple tronco atravesado en él hasta la otra orilla.
—Y bien… ¿vas a pasar?
Lleno de vértigo y terror el aprendiz, con la visión del abismo quedó paralizado. El ciego entonces, sin dudar, tanteando con su bastón cruzó tranquilamente al otro lado.
En ese momento el joven no necesitó nada más para despertar, de ser consciente de que tenía que vencer el miedo a morir si quería ser un buen guerrero, si quería conocer el arte de la espada, y abiertamente y sin pensar en nada más se lanzó contra el árbol y atravesó vivamente el precipicio, encontrándose pronto con su maestro en la otra orilla.
—Tú has conocido el secreto de la esgrima: abandonar el ego, no temer a la muerte. Cortando leña en el bosque, te has hecho una poderosa musculatura; andando atentamente en el borde del tatami, has adquirido la precisión y la delicadeza del gesto. Y he aquí que hoy acabas de comprender el secreto de la vía de la espada. Vete. Tú serás en todos los lugares el más fuerte.

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