Para meditar (8)


De la Gloria. 

Considera qué gusto da en una noche muy serena y hermosa ver el cielo con tanta multitud y variedad de estrellas: imagina unida esta belleza con la de un hermoso día, de manera que la luz del sol no estorbe la vista clara de las estrellas y de la luna: y después asegura sin reparo, que toda esta hermosura junta es nada en comparación del cielo empíreo. ¡Oh qué lugar tan apetecible y amable! ¡Oh qué ciudad tan preciosa!
La Gloria, de Tiziano
Considera la nobleza, hermosura y muchedumbre de los ciudadanos y habitadores de este lugar dichoso: aquellos millones de millones de Ángeles, Querubines y Serafines: Mártires, Confesores, Vírgenes y matronas santas que no tienen número. 
¡Qué dichosa compañía! El menor de éstos excede á todo el mundo en belleza; pues ¿qué será verlos todos juntos? ¡Qué felicidad la suya, Dios mío, de estar cantando sin intermisión el dulce cántico del amor eterno! Gozan siempre de una constante alegría; se comunican unos á otros indecibles contentos, y viven gozando de una feliz é indisoluble sociedad.
Cielo estrellado, de Vangogh
Considera finalmente el bien que logran todos el gozar de Dios, que con su amabilísimo aspecto eternamente los regala, y derrama en sus corazones un abismo de delicias. ¡Qué dicha estar siempre unidos á su primer principio! Son los bienaventurados en el cielo como unos felices pajarillos que revolotean y cantan sin cesar en el aire puro de la Divinidad, que por todas partes les rodea con increíbles placeres. Allí cada uno, á cual mejor, pero sin envidia, canta las alabanzas del Criador, diciendo: Bendito seáis para siempre, dulce Criador y Salvador, que tan bueno sois para nosotros, y tan liberalmente nos comunicáis vuestra gloria. Dios recíprocamente bendice con una bendición perpétua á todos sus Santos: Benditas seáis, vosotras para siempre, dice, amadas criaturas mías, que me habéis servido, y que me alabaréis eternamente con tanto amor y afecto.

Admira y alaba esta patria celestial. ¡Oh, cuán hermosa eres, y qué bienaventurados tus habitadores.
Echa en cara a tu corazón su poco ánimo, que le ha hecho hasta ahora apartarle tanto del camino de esta gloriosa morada. ¿Por qué causa me he alejado tanto de mi felicidad suma? ¡Ah, necio! Mil veces he dejado estas eternas é infinitas delicias por placeres insulsos y livianos. Pues ¿dónde estaba mi entendimiento cuando por tan vanos y despreciables deseos menospreciaba unos bienes tan dignos de ser apetecidos?
Aspira, sin embargo de eso, animosamente á esta mansión de delicias. Pues os habéis dignado, soberano y piadoso Señor, enderezar mis pasos por vuestros caminos, ya nunca me he de volver atrás. Vamos, alma mía, vamos á aquel descanso infinito; caminemos hácia aquella tierra de bendición que nos está prometida. ¿Qué hacemos en este mundo? Me desembarazaré, pues, de tales y tales cosas, que me extravían ó retardan en este camino; practicaré tales y tales que pueden conducirme allá.

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